Abrió una puerta oculta en su sótano y descubrió un secreto escalofriante

Daniel llamó a su hermano Mark para que viniera. En menos de una hora, los dos estaban frente al misterioso contorno, armados con palancas y linternas. Tardaron varios minutos tensos en forzar las bisagras, hasta que por fin cedieron. Una ráfaga de aire rancio y fétido salió disparada, obligándolos a retroceder. Cuando enfocaron sus linternas, vieron una estrecha escalera que se perdía en la oscuridad.

Mark intentó quitarle hierro al asunto. “Parece el inicio de cualquier película de terror”, bromeó, aunque su voz sonaba tensa. Daniel dudó un instante y luego empezó a bajar, con la madera crujiendo bajo sus botas. Mark le siguió, con el haz de luz temblando ligeramente.

Al final de la escalera había una pequeña habitación sin ventanas, hecha por completo de hormigón. El aire era denso y húmedo. En una esquina había una mesa cubierta de polvo, y sobre ella descansaba una cajita metálica con un candado roto. Daniel se agachó, levantó la tapa y se quedó helado.