
Ryan dudó en el borde del claro. Todo su instinto le decía que se quedara quieto, pero la curiosidad tiraba de él. Los movimientos del oso eran cautelosos, casi delicados. Bajó la cabeza y depositó el objeto en el suelo, quedándose allí quieto, respirando con fuerza. Ryan entrecerró los ojos entre la niebla. Aquella forma no era un animal. Parecía tela: una chaqueta vieja y rasgada, envuelta en torno a algo pequeño. El oso no mostraba agresividad. Solo lo miraba, como esperando que entendiera.
El miedo de Ryan se transformó poco a poco en asombro. ¿Por qué le mostraba aquello? Dio un paso adelante, luego otro. La niebla los envolvía como humo. El oso no se movió. Sus miradas se cruzaron un instante eterno antes de que la criatura diera media vuelta y se adentrara en el bosque. El sonido de las ramas rozando su pelaje se fue apagando hasta que volvió el silencio. Ryan miró el bulto sobre la hierba, con las manos temblando.
Se arrodilló, el corazón latiendo a toda velocidad, y extendió la mano. La tela estaba empapada y fría. Algo dentro se movió débilmente. Ryan sintió un vuelco. Acercó el paquete y lo desenvolvió con cuidado.
