
Durante horas buscaron entre los árboles, llamando su nombre. Revisaron claros, siguieron arroyos y miraron incluso las cimas de los acantilados. Cuando el cansancio empezaba a vencerlos, alguien señaló un alto pino a lo lejos. En las ramas más altas se distinguía un enorme nido. ¿Sería del águila? ¿Y estaría el cachorro aún con vida?
Guiados por el señor Jensen, los vecinos se acercaron con cautela, casi conteniendo la respiración. Cuanto más se aproximaban, más movimiento veían entre las ramas: pequeñas formas suaves agitándose en el nido con un leve temblor que apenas lograban distinguir. De pronto, un silencio absoluto cayó sobre el grupo, como si el bosque entero hubiese decidido escuchar con ellos. Cada paso sobre las hojas secas parecía sonar demasiado fuerte, casi fuera de lugar en aquella escena. Y cuando al fin alzaron la vista hacia el nido, lo que vieron les dejó sin aliento, inmóviles ante la sorpresa que escondía la copa del árbol.
