
El interior no estaba vacío. Todo estaba dispuesto con orden, con calma, como si alguien hubiera guardado una pequeña vida y cerrado la puerta. Un manojo de sobres amarillentos atados con cuerda. Una bolsita de terciopelo del color de la noche. Una llave de latón con una etiqueta desgastada, la escritura desvanecida. Una pequeña caja metálica envuelta en un paño con flores, más pesada de lo que parecía.
Colocó cada objeto sobre la mesa en una fila ordenada, con las manos temblorosas. Los sobres llevaban fechas: 1979, 1983, 1986, un compás constante de años. En uno se asomaba una vieja fotografía: dos figuras en un porche, los rostros girados, como si quisieran ocultarse. La etiqueta de la llave mostraba apenas sombras de letras, quizá el nombre de un banco, quizá de una taquilla, imposible saberlo. Cuanto más miraba, más sentía que el garaje se llenaba, como si el pasado hubiera tomado asiento a su lado. Lo que vino después te dejará sin aliento.
