Este cobertizo que todos temían escondía un secreto impactante

La puerta se abrió con un crujido, dejando ver una penumbra cálida que vibraba. El gemido volvió, más suave ahora, casi tímido. Emma acercó el oído a la rendija y percibió un olor dulce, a heno y flores. Leo contó en voz baja: tres… dos… uno… y empujaron la puerta lo justo para mirar dentro.

El corazón se les encogió. Un enjambre de abejas flotaba en el aire, moviéndose no con agresividad, sino con propósito, como si protegieran algo. Sus cuerpos dorados formaban un velo que custodiaba el secreto del granero. Emma y Leo retrocedieron, dejando fluir aquel suave río de abejas.

El suelo estaba cubierto de paja y cajas rotas. En un rincón, una diminuta figura temblaba, apenas una bolita frágil. La linterna de Emma iluminó un par de ojos brillantes y un pequeño hocico rosado. La criatura intentó ponerse en pie y volvió a caer.