Este cobertizo que todos temían escondía un secreto impactante

Al caer la tarde, las nubes cubrieron el cielo y empezaron a caer las primeras gotas, finas como agujas. El gemido volvió a sonar, más agudo, más urgente. Emma llamó al número local de emergencias no prioritarias, luego a su vecino Jack y, por último, a un carpintero llamado Leo, conocido por adentrarse en lugares que todos evitaban. Llevaba una palanca y una linterna, murmurando que los graneros viejos siempre guardaban secretos. Aquel día no era por curiosidad, sino por necesidad.

Rodearon el granero, revisando cada grieta y cada tabla rota. En una pared, unas marcas de garras ascendían hacia una ventana y se detenían de golpe. ¿Había intentado algo escapar o alguien entrar? El candado de la puerta brillaba de forma extraña sobre la madera podrida. ¿Quién cerraría con llave un lugar que todos temían?

Leo deslizó la palanca bajo el candado. Una sombra cruzó rápidamente las vigas del techo. Emma se estremeció, pensando en halcones al acecho, y abrazó a su perro. La lluvia arreciaba, como si el cielo quisiera ocultar lo que estaba por verse. Con un esfuerzo, Leo forzó el candado hasta hacerlo saltar.